Por Fabio Martínez |
En toda guerra las víctimas son doblemente borradas. Primero, físicamente; y luego, simbólicamente. En Colombia, un país de víctimas y victimarios que yo recuerde, siempre se ha destacado el nefasto rol del victimario, dejando en el limbo a las víctimas.
Así pasó durante las guerras civiles que vivió el país en el siglo antepasado; así sucedió durante el oscuro periodo de la Violencia de los años cincuenta; y así acaba de acontecer durante los ocho fatídicos años de Uribe Vélez, donde el paramilitarismo, las fosas comunes y la motosierra estuvieron a la orden del día.
Por la crueldad y sevicia de la guerrilla, los paramilitares, las ‘bacrim’ y el mismo Estado es por lo que los colombianos pudimos conocer nuestra geografía y muchos pueblos que antes ignorábamos: Bojayá, Mapiripán, Trujillo, San José de Urabá, El Salado, La Gabarra, Tibú, Soacha y La Chinita. Nombres bellos y sonoros de lugares en donde la muerte se ha enseñoreado contra los humildes de la tierra.
¿Cuántos muertos ha dejado esta guerra? ¿Cuántas víctimas ha dejado la tragedia colombiana?
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), dirigido por el catedrático Gonzalo Sánchez, de 1958 al 2012 en el país ha habido 220.000 muertos, de los cuales 137.000 pertenecen a la población civil. Ha habido 25.000 desaparecidos y 4’744.046 desplazados, para completar, de esta manera, un total de 6 millones de víctimas.
Solo los fascistas y los insensatos que no han vivido la guerra creen que esta se acaba avivándola, prendiendo la mecha, poniéndole fuego al fuego.
La noticia de las Farc en La Habana, de reconocimiento de las víctimas, es un avance importante en la historia del país. Es altamente positivo que por primera vez la guerrilla reconozca que cometió tropelías contra la población inerme y lleva a sus espaldas muchos muertos y desaparecidos. Los dirigentes de la guerrilla saben que el reconocimiento de las víctimas es el comienzo de la verdad. Y la verdad es el comienzo de la justicia y la reparación.
Si la guerrilla reconoce hoy a sus víctimas, el Estado, los militares y los paramilitares deben, así mismo, hacer lo mismo con sus víctimas para que no se repita el falso proceso de paz que realizó Álvaro Uribe Vélez con el paramilitarismo, donde no hubo verdad sino farsa e impunidad.
Las elecciones del pasado 15 de junio se constituyeron en la práctica en un referendo por la paz. Aquellos que votamos por la paz no descansaremos un segundo en lograr este objetivo. El presidente Santos y la izquierda unida que votó a su favor tienen una inmensa responsabilidad de sacar adelante el proceso. Pero, así mismo, el Centro Democrático y las guerrillas, es decir, los extremos, deben también subirse al tren de la paz, como lo sugirió el presidente Santos el domingo pasado.
Como dice Antanas Mockus, la paz va en serio. Llegó el tiempo de abandonar el odio y luchar por un país moderno, justo en lo social y sin violencias.
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Fabio Martínez
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